Versión 1.0. – mayo 2023
El objetivo de la formación a los tutores desde la perspectiva de la educación canina basada en la empatía
Como profesionales del comportamiento hemos sido testigos de excepción durante las dos últimas décadas de la profunda transformación que ha experimentado la relación entre perros y tutores. Ya no tenemos perro, sino que vivimos con un perro. Esta creciente tendencia afiliativa va acompañada de un sano reconocimiento de la subjetividad (esto significa menor cosificación del perro), pero no todo es positivo para los perros.
Existe también una tendencia sustitutiva y antropomorfizadora, donde el perro no sólo recibe amplio reconocimiento como partenaire social, sino que se convierte en representante de la propia familia, al costo de negar sus necesidades de especie y de proyectar sobre él unas expectativas excesivas. Afloran entonces, en forma de compensación, inseguridades por parte del perro, ansiedad ante la separación, comportamientos impulsivos y compulsivos, entre otros.
Es importante recordar que, al incorporar a los perros a un mundo que pivota sobre las necesidades humanas, la responsabilidad debe en buena lógica repartirse de forma asimétrica. Corresponderá así a los tutores asumir no sólo las de carácter legal, respecto a cualesquiera daños que deriven del comportamiento de su perro, sino también la responsabilidad ética de formarse para entender y atender mejor las necesidades cuya satisfacción es necesaria para garantizar el bienestar animal.
De esta manera, las tendencias descritas cambian la naturaleza de nuestra intervención profesional, que no irá ya dirigida a mejorar las prestaciones del perro, sino a monitorizar, como auténticos consultores globales, el equilibrio de relación entre el perro y el resto de miembros de la familia. En otras palabras, mientras que en el pasado se tendía a dar una respuesta acrítica a las demandas del propietario, en la actualidad se atienden las necesidades efectivas que encontramos en la relación entre los tutores y su perro desde una visión de conjunto y que anticipa, a la luz de nuestra experiencia, posibles problemas (más prevalentes hoy por las condiciones estresantes y de alta exigencia en las que han de vivir los perros).
En nuestra opinión, dotar a los tutores de esta visión ecuánime y cabal debe ser el objetivo tanto de la actuación individualizada del educador canino moderno, como de la formación de base que se baraja articular para los tutores.
Contenidos pedagógicos que deberían recogerse
Si algo caracteriza nuestra relación con los perros es su naturaleza pluridimensional, al interesar diversos elementos: cuidado, apego, juego, exploración, colaboración, prestaciones etc. Abogamos por un programa educativo que refleje este rasgo pluridimensional, pero que también esté atravesado de forma transversal por una vocación profiláctica y práctica. No en balde, el objetivo último de dicha actuación consiste en el fomento de la reestructuración, en la medida necesaria, de las concepciones que albergue un tutor que no ha tenido ocasión de actualizarse.
Aunque el perro dista de ser una tabula rasa, el perfil comportamental que asume está altamente influenciado por el mundo que le rodea. Se producen así tropismos en función de cómo interactúen los tutores, pero también en función del ambiente y del sistema familiar. En otras palabras, la información contenida en este programa educativo debe fomentar la correcta manera de interactuar con los perros con vistas a construir una sociedad más sensible y menos especieista. De este modo, sin un propósito exhaustivo, podemos hacer hincapié en los siguientes contenidos:
- Exigencias primarias y etológicas del perro
- Necesario cuidado del contexto y organización doméstica
- Hábitos familiares
- Tiempo de convivencia
- Rituales sociales
- Referentes
- Papel de cada miembro de la familia
- Interacción con el perro y reacción frente a sus iniciativas
Articulación entre la formación (general) a tutores y la eventual intervención (específica) de los profesionales
Es obvio que desborda el objetivo de la educación general dispensada a los propietarios el dotarles de una competencia cinológica profunda que, en su caso, habrán de adquirir de forma experiencial y a través de la colaboración con un profesional. No obstante, podemos aspirar a sentar unas bases sólidas, un mínimo común denominador, que habiliten en el futuro a dichos profesionales, relacionados con la educación canina y el bienestar animal, para proponer un itinerario pedagógico individualizado para cada grupo familiar en caso de necesitarlo. Se trataría ahí ya de una intervención a medida donde entrarían en consideración el análisis de las características del perro, del contexto ambiental y de la dinámica familiar.
En todo caso, ambas intervenciones deben entenderse convergentes en la medida que fomentan una relación adecuada caracterizada por el respeto de la alteridad del perro, con un balance razonable entre los intereses en liza, y que alcanza un sano compromiso de intereses entre ambos polos. En nuestra opinión desde ANPECEC, debemos desmarcarnos de visiones educativas obsoletas que ponen el acento en la obediencia, y optar por una cotidianidad respetuosa y empática como principal estrategia educativa.